Era difícil verla a los ojos,
se sentía algo raro en la espina dorsal.
Evitaba su mirada concentrándose en los labios,
pero al final resultaba eso más tentador, si la mirada era imán,
los labios eran un pozo ciego de caída infinita.
Se dio cuenta de que sería complicado encontrar un ápice que no tuviera breves tentaciones.
Decidió ceder, dejarse llevar apreciando la sonrisa,
una de esas que llevan tiempo deseando salir.
Sonrió él, que no recordaba bien cómo hacerlo, y se lanzó a ese precipicio.
Durante la caída sonreía en los ojos de ella,
por fin se había dispuesto a verlos de frente,
entendiendo que la sensación de su espina dorsal era vida,
se recordó humano, deseo sentir otra vez.
Confió y no tuvo pena,
fue un súbito descontrol dentro de su altiva visión.
Tuvo esa necesidad de continuar fuera del margen,
como colorear dibujos por fuera del contorno,
concentrándose sólo en lo bello del color,
en las formas que crean las rayas al salir de la línea.
Su nombre sólo tenía una vocal y dos consonantes para él,
la sencillez facilitó pronunciarlo.
Lo dijo tres veces y después, busco su boca con cautela,
abrió la mirada que guardaba dentro de unos ojos que jamás cerraron.
Cuando dijo el nombre por cuarta vez, deseó escuchar el suyo con otra voz,
sonido dulce que cantaba al hablar.
Se teme a lo que se desconoce, pero se busca siempre que se espera bello.
“La curiosidad mató al gato, pero la duda no lo habría dejado vivir”.
Decidió gritar para acompañar la otra voz,
entendió que su voz no sería opacada, sino enriquecida.
No tuvo más miedo, sólo ganas de hallar respuestas.